Arquetipo del populista *
A continuación publico una serie de artículos escritos por un Profesor y amigo quien ahora escribe y enseña en otras latitudes, todo dentro de la vorágine de la diáspora que ha reconducido muchas vidas. La distancia no produce olvido, si añoranzas.
La palabra arquetipo se originó en la civilización de los griegos, hombres
geniales que dejaron una rica herencia
lingüística. Su significado ha variado con el uso pero se traduce como modelo
original que sirve como pauta para imitarlo, reproducirlo o copiarlo, valga
decir un prototipo.
El psicólogo Carl Jung
desarrolló un extenso y profundo estudio sobre la influencia de los arquetipos
en las distintas manifestaciones de la cultura, la política, la religión y
otros tantos ámbitos humanos y sociales. De acuerdo a sus teorías, los
arquetipos se constituyen en patrones emocionales y conductuales que van
determinando en las personas tanto como individuos como seres sociales, los
procesos sensitivos, icónicos y perceptivos. Así, los símbolos y mitos que se
manifiestan en todas las culturas conocidas son para Jung una señal de que las sociedades humanas
piensan y actúan a partir de una base cognitiva
y emocional que no depende de las experiencias propias de cada persona
ni de sus experiencias individuales que provienen de su nacimiento. De esta
forma, la propia existencia de los
arquetipos constituye una evidencia de que existe un inconsciente colectivo que actúa sobre los individuos a la vez que
lo hace la parte del inconsciente que es personal. Los arquetipos jungianos se
configuran en patrones de imágenes y símbolos recurrentes que aparecen bajo
diferentes formas en todas las culturas y que poseen una vertiente que se
hereda de una a otra generación.
Valga la explicación para
entrar en el tema del populismo que en muy buena parte tiende puentes de
relación con el componente arquetípico. En un interesante trabajo de Marcos
Aguinis, publicado en la página web Letras Libres, se desarrolla un análisis muy
bien elaborado que lleva por título Perón:
el arquetipo/Patético populismo. Plantea el autor lo que sigue: “El
populismo es una tendencia política relativamente nueva en su descripción,
aunque se le pueden descubrir añejas raíces históricas, algunas favorables y
otras decididamente malignas.” Efectivamente, en el libro VIII de la República, de Platón, se hace referencia
a cómo el demagogo puede tornarse en tirano; igualmente, Aristóteles en su Política advierte sobre el papel
destructivo de los demagogos respecto la democracia.
El populismo, en consecuencia,
se convierte en una tendencia que “pretende ser la genuina representante de su
pueblo, interpretar mejor que nadie sus aspiraciones y luchar en su exclusivo
beneficio. Reitera hasta el aburrimiento que solo se concentra en sus
necesidades y conveniencias, que maneja con virtud las oportunidades y que no escatima sacrificios para brindarle
salud, alegría y bienestar. Afirma que hace todo lo posible (a veces lo que
parece imposible también) para la dicha y gloria del pueblo. Así lo proclaman,
confirman y difunden los populistas. En esas maravillosas cualidades llegan a
creer no solo quienes se adhieren al populismo -por ingenuidad o intereses- ,
sino sus propios líderes, aunque naveguen en la felonía y la corrupción más
desfachatada.”
El discurso electoral del
populismo ofrece una suerte de Jardín del Edén donde ya no habrá corrupción, ni
pobreza, ni desigualdad, etcétera; sin embargo, la historia contemporánea de
las trayectorias de regímenes populistas latinoamericanos muestra otra versión.
Paradójicamente, de ofrecer una democracia protagónica y participativa. se han
tornado en autocracias y dictaduras. Y no es especulación mediática, es una
realidad inocultable. De esta forma “el
populismo, pese a sus declaraciones, no beneficia al pueblo porque usa y abusa
de él. No le importan los daños que a corto o mediano plazo le inflige. Su
objetivo es el poder y los réditos que el poder vierte en las manos de sus
inescrupulosos detentadores.”
Tal sistema explota y abusa de
la fe ciega que muchas personas de una sociedad ponen en sus ofertas y líderes,
los que responden a las demandas con “una parafernalia que hipnotiza,
convulsiona y genera réditos inmediatos a los jefes. Detrás de las medidas
populistas no funciona la racionalidad y la prudencia sino el relumbre de los
fuegos artificiales.” Cada discurso de los líderes populistas es un espectáculo lleno de promesas de acabar con la
pobreza, expropiar a los ricos, meter en cintura a los empresarios explotadores,
castigar a los corruptos y sabe Dios cuantas más quimeras que se transforman en
auténticas trampas caza bobos. Una verborrea que genera “excitación, asombro y
sueños” que se transforman luego en frustración, enojo y esperanzas fallidas.
Lo cierto es -y la historia lo demuestra- que “ningún gobierno populista ha
determinado un progreso sostenido, ni ha consolidado la institucionalidad
democrática ni ha favorecido la maduración social. Por el contrario, hace los
ruidos que anuncian cambios sísmicos, pero poco o nada profundo cambian, a no
ser para peor. Las políticas populistas son la expresión más elocuente del
gatopardismo.”
Aunque electoralmente usan el
disfraz de demócratas, los populistas al llegar al poder hacen todo lo posible
para destruir a la democracia en nombre de esta. “El populismo desprecia la
democracia. La usa como el pueblo mismo. El poder en el populismo tiene matices
míticos, puede revestirse de religiosidad o presentarse con una laica
austeridad.” Sin embargo, no esconde sus genes autoritarios, como bien lo dice
Eurípides en Las suplicantes: “No
tiene la polis peor enemigo que el déspota.”
Diego Márquez Castro.-
dmarquezcastro@yahoo.com
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