El Discurso y la realidad.-
“En el principio era el
Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”
S.
Juan 1:1.
Paolo Virno en su obra “Palabras con
palabras”[1] aborda bajo una óptica
analítica un tema que ha ocupado por mucho tiempo la atención de autores y ha
sido tema de extensa literatura, a saber, la sensualidad entre la realidad y el
lenguaje. El modo en que el orden existente ha dado relevancia al lenguaje como
Ens perfectissimum, más allá de su
uso para enunciar y describir, ha dado vigencia a la cuestión sobre las
posibilidades del lenguaje para modificar la realidad. La ciencia social
moderna, el marketing y los medios de comunicación de masa lo han dado por
hecho, apoyados por exhaustivos estudios que lo confirman y se han nutrido
esencialmente de su uso. Aun cuando la concepción del lenguaje como transformador
de realidades ha sido eficiente para motorizar cambios que han sido de provecho
para la humanidad, también ha sido arma para proyectos de tiranos, punto de
desencuentro entre pueblos y preludio de enormes sacrificios de vidas humanas y
recursos. ¿Es pues el discurso creador de realidades, los destinos pueden ser
modificados por efecto de la palabra?
Hoy más que nunca cobra importancia
revisar la coherencia entre discurso y realidad ante la aguda crisis social que
asfixia a nuestra sociedad venezolana. Mucho se ha discutido con relación a la
legitimidad del actual gobierno con argumentos basados en interpretaciones de
las leyes y la constitución, sin embargo en la realidad, quien ocupa la
presidencia de la nación es el ciudadano Nicolás Maduro, y el presidente de la
Asamblea Nacional el ciudadano Diosdado Cabello, en concordancia dirigen los
destinos de la nación. En la realidad han demostrado ser eficientes en detentar
y sostener el poder, lo empírico señala que en sus manos está depositado el timón
político de la nación, prescindiendo de cualquier valoración más allá de la
operativa. Siendo éstos depositarios de la autoridad de hecho, consecuentemente
habrán de responder en el inexorable tribunal de la historia por todo lo que
acontece como resultado de su acción.
Entrando en materia hemos de señalar con
relación a los hechos que han de marcar el nacimiento de la revolución y el
encumbramiento del Tte. Cnel. Hugo Chávez como líder de ésta, que debemos
reconocer de este proceso que su principal aporte ha sido poner sobre el tapete
el tema de cómo resolver el problema de la exclusión y la pobreza. Sería
mezquino no reconocer el esfuerzo por reconocer al más pobre cuando lucía el ejercicio
político a cliché para campaña; hacer énfasis en atender las necesidades básicas
de la población de menos recursos y la promoción de planes de asistencia
dirigidos a esta clase social ha sido su mayor aporte al proceso político en
Venezuela y que trascendió a algunos países vecinos mediante su discurso.
Sin embargo, el hecho de amplificar
los programas asistencialistas y no invertir los ingentes ingresos petroleros para
la construcción de una superestructura que hiciese posible la progresión social
a través de la educación y el trabajo, despertar el valor de la responsabilidad
personal para prescindir del asistencialismo y orientar al hombre a labrar su propio
futuro mediante el trabajo productivo, hizo que este proyecto se revirtiese en
contra convirtiéndose en un monstruo insaciable que fagocita ingentes
cantidades de recursos. Adicionalmente a esto, el haberse enganchado en la titánica
idea de construir un “socialismo del siglo XXI” agrego peso muerto al proyecto,
en tiempos que las mismas sociedades de raigambre comunista tal como el extinto
bloque Soviético Socialista y la República Popular China, reformulan su acción
económica para hacerse más eficientes en los mercados globales. El discurso
montado sobre “la lucha de clases” si bien ha sido el estandarte para seducir
al pueblo de la necesidad de una revolución, colateralmente ha servido para
aniquilar la noción del valor del trabajo como fuente de progreso y reafirma la
idea peregrina de que “todos somos ricos gracias al petróleo que yace en el
subsuelo” anulando así la productividad indispensable para hacernos competitivos
en el rubro de fuerza de trabajo, como queda evidenciado en los resultados de
las empresas adquiridas o nacionalizadas y cuestión en la que bien se ventaja China
y es puntal de asenso para los países asiáticos.
Nuestra visión del Estado petrolero y
la consecuente idea de que éste debe proveer sin que haya mérito o trabajo de
por medio, se confunde peligrosamente con la creencia de: “yo quiero lo que el otro
tiene, y si no lo tengo es por injusticia social”. Este modelo de pensamiento
es el germen que borra los límites morales o los subordina al deseo por “tener”
y “poseer”. Si lo deseo… ¿Porqué debo esperar para tenerlo? Es legítimo
arrebatarlo. Una generación que se ha formado escuchando el urticante discurso
en cuanto a que han sido explotados por una “burguesía parasitaria”, calificativo
en el que cabe todo aquel que posee un establecimiento de trabajo, ergo, está
bajo sospecha de haber mal habido los recursos que sostienen su negocio. Esta
una sociedad que vive en el vilo de la violencia. Nuestra sociedad se ha
neurotizado mediante la pugna permanente, sazonada con el dolo escandaloso de
la corrupción y la impunidad que a diario se exhibe de manera descarada. Como
lo diría Galeano: “La impunidad premia el delito, induce a su repetición
y le hace propaganda; estimula al delincuente y contagia su ejemplo”[2].
Haciendo exégesis de la idea, el mundo
mantiene relaciones de intercambio bajo normas liberales comúnmente aceptadas. Nuestra
principal fuente de ingresos se nutre de una relación de mercado regida por reglas
establecidas por la oferta y la demanda (mercado), pretender imponer un modelo
político contrario a este principio de orden económico, es sencillamente absurdo.
Ya Marx lo enunciaba como un principio fundamental de sociología, los medios de
producción definen la sociedad. Las relaciones establecidas con los diversos
“intereses económicos” colaterales, tales como los países del ALBA, Cuba, La
República de China y otros no menos interesados, se suscribieron con marcos
discursivos que adornaban dichos convenios como “favorables a los intereses de
la nación” en nombre de “una comunidad de ideales”. Pero no podemos ser tan
ingenuos de creer que alguna nación convendría tratados que beneficien los
intereses de terceros en menoscabo de los intereses propios… esto sería atentar
contra sus propias constituciones y leyes. Para agravio de dichos convenios,
han quedado en evidencia elementos que a todas luces son contradictorios con el
bienestar de la soberanía de la República como el caso del manejo de los
sistemas de identificación por elementos ajenos a la nacionalidad; el manejo de
los puertos en manos de altos funcionarios no nacionales, sólo por enunciar un ejemplo.
El reciente suceso en que resultaron víctimas
la actriz Mónica Spear y familia ponen de relieve la crítica situación moral de
nuestra sociedad. Se suma también a las estadísticas de muertes violentas el
profesor Guido Méndez junto a su señora madre, puntos de alerta ante una crisis
que se está llevando el alma de esta patria. ¿Cuántas Mónicas y cuantos Guidos
más hacen falta para que los que dirigen éste país hagan un ejercicio de conciencia
y congruentemente den un alto a esta barbarie? Chávez era prisionero de sus
sueños, de su tenacidad y no sabemos de que otros compromisos. La providencia
se encargó que descansase y pasara el testigo; ha sido una señal, una
oportunidad que nos pone el destino para hacer un alto, hay que hacerlo
diferente, que ya lo hecho no puede borrarse. La realidad impone a quienes
dirigen este país, subordinar el discurso a la realidad y no lo contrario. El mayor
exponente del socialismo mundial ha sido sensato y está dando pasos hacia el cambio…
antes de que la realidad los avasalle. En Venezuela el discurso socialista ya ocupa
un lugar en nuestro acontecer, ahora se hace necesario una concertación
nacional para evitar la profundización de la crisis y llegar a extremos
inimaginables. En éste momento histórico, la patria necesita poner a un lado
todo elemento ideológico, pugnas, revanchas e intereses que no sean los de la
patria para echar a andar un acuerdo nacional que nos saque de la crisis. Si la
soberbia prevalece, el futuro y la historia nos lo reclamarán, especialmente a
quienes hoy dirigen los destinos de la nación.
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ResponderEliminarez9 de enero de 2014, 4:18
ResponderEliminarEs cierto que le han dado de comer a lo que ellos llaman pueblo (los demás no parece que seamos pueblo). Eso está muy bien, pero también es cierto lo que dice al comienzo del cuarto párrafo: no se ha inculcado el amor al trabajo, ni si ha educado. El régimen necesita de manera vital de los pobres, cuantos más mejor. Hay que darles un mínimo para que estén de su lado, eso es comida. Lo demás no importa.
No está mal que se quiera ayudar a los pobres, aunque sea con regalos, aunque ese no es el mejor mecanismo. Lo que es insoportable es que se haya herido al resto de la población, bien con confiscación de bienes, bien con el discurso cáustico. Ese discurso, ese lenguaje del que se habla al comienzo del artículo. Solo con el discurso ya se dividió el país. Unos se tienen odio a los otros.
El poder del discurso es tal que se puede resumir en el tuit de la Magistrada Blanca Rosa Mármol de León, en relación con el homicidio de Mónica Spear y su esposo, que dice: «Cuando un régimen comienza por "comprender" la necesidad de delinquir, como lo hizo el extinto, el resultado es el que tenemos».