TIEMPOS DE CONCIENCIA.-
Hace dos días escuchaba en una emisora de radio
local sobre Erik Norrie, un hombre de 40 años considerado el hombre con más
mala suerte en el mundo. Mientras nadaba en una playa de las Bahamas, un
tiburón le arrancó materialmente parte de su pierna. Esto sumado a haber
superado la mordida de una víbora y haber recibido un rayo, servirá para alcanzar
un espacio entre las personas con más mala suerte del mundo. El mismo programa
mencionó a Roy Sullivan, un guarda parques de Virginia ya fallecido en 1983, que
ostenta el Record Guinness por haber sobrevivido a nada menos que siete impactos
de rayo en diferentes oportunidades. Según los expertos, la posibilidad de
ocurrencia de este tipo de eventos es de 1:10.000 (una vez entre diez mil) Ayer un amigo
cercano sufrió por segunda vez un asalto y los delincuentes le dispararon
también por segunda vez. Mientras le aplicaban la asistencia primaria me
preguntaba ¿Cuál será la probabilidad de que te atraquen dos veces en menos de
dos años y que te disparen dos veces y lograr sobrevivir a dicho ataque? Pues,
seguramente si estuviese en una zona de combate, en un campo de batalla, la
posibilidad de ocurrencia es exponencial dado el marco referencial, pero si
estás en una nación moderna, en condiciones de “excesiva normalidad”… ¿Qué pasa
cuando se registran estos grados de violencia, cuando registramos más de
veintiún mil muertes violentas durante el pasado 2012?[1]
Cuando me llaman para avisarme del suceso, estaba
en compañía de tres amigos que, además de gozar de mi estima, también respeto
por ser personas con una gran capacidad de reflexión y preocupación social. Y
nuestro tema de reflexión tenía que ver precisamente con la condición moral y
social que experimenta el tejido humano de nuestro país. Coincidimos en algunas
hipótesis medulares que trataré de resumir de mi propia interpretación y
contaminado también por la rabia que genera la incapacidad de responder ante
tanto desatino:
a) El problema social en Venezuela tiene que ver fundamentalmente
con la formación humana. La educación en Venezuela se concentró integralmente en
el desarrollo tecno-científico dejando de lado los espacios para la reflexión
humana, aspecto indispensable para que el sujeto se reconozca en su dimensión
espiritual.
b) En Venezuela, desde los años setenta, en que la
mujer se incorpora al campo de trabajo y abandona la crianza de los hijos, progresivamente
la clase media comienza a desaparecer culturalmente. Cabe destacar que, no hay
vinculación directa entre nivel económico y el sociocultural. La familia en
Venezuela fue entregando a manos de las domésticas el cuidado de los hijos,
confiando quizá en que el sistema educativo subsanaría carencias afectivas, socio-formativas
y culturales que ya los padres (ambos) no brindaban, por encontrarse sumergidos
en el ejercicio de sostener el asenso económico de la familia. Las domésticas,
no siendo profesión u oficio formal, además de ser muchas veces ejercida por la
necesidad y consecuentemente no poseer la formación mínima para ejercer el
tutelaje de niños en proceso de formación, acudieron a la televisión como forma
aleatoria de entretenimiento. Pues, la televisión al no estar directamente
orientada a la educación o formación moral y cívica, ha sido una mala asistente
en la formación humana.
c) No existe la tan cacareada polarización. En
Venezuela lo que vivimos es un caos de todos contra todos. En donde el Petro-Estado
es un botín del que todos quieren obtener la tajada más jugosa, no importando
si ello significa tomar lo que corresponde a otros, o implica sacrificar el futuro
de las próximas generaciones; todo con tal de gozar de manera grosera del
consumismo capitalista imperialista. El problema se agudiza por cuanto el
gobierno se ejerce en ésta clave. Se corresponde en la realidad a una sociedad
enferma con un Estado de la misma naturaleza, “no podemos pedirle Peras al Olmo”.
d) Al carecer de esencia, el hombre común es
fácilmente cautivado por “cantos de sirenas”, “encantadores de serpientes”, tan
solo apariencia y sensación, mientras que el fondo del discurso esta vacío de
contenido. Y peor aun es que las verdaderas intenciones resultan indescifrables
para un auditorio profundamente dormido. La cotidianeidad es tan absorbente,
hay tantos problemas del día a día que resolver, que pensar en el futuro parece
inalcanzable. En la escala doméstica lidiar con un salario precario, el alto
costo de los productos, el desabastecimiento, la escasez de repuestos, la inseguridad,
la irregularidad de los servicios básicos, prevenir las diferentes epidemias
que resurgen, etc. hace que no haya lugar para el pensamiento profundo, la
reflexión y el análisis. De las instituciones, la que parece al menos
lógicamente la vía más idónea para enderezar el entuerto, la Educación, lucha
contra sus propios demonios además de los que les han sembrado para subvertir
el orden, para desestructurar su institucionalidad y poner en jaque la
estabilidad y sostenibilidad. Su potencial es ignorado por los políticos de
oficio. A nivel de Estado vemos ya sin sorpresa la “calidad de las leyes” que
se discuten y su intrascendencia, mientras que el resto del mundo, hace rato
que nos dejo atrás en la carrera por la modernidad. De esta manera, todos
estamos entregados a la cotidianeidad mientras el futuro se nos hace presente
de manera abrupta, grosera, avasallante… mientras, nosotros hemos estado
catorce años mirándonos el ombligo.
¿Quién piensa en el futuro? ¿Quién planifica la
Venezuela de aquí a veinte años? ¿Quién va a parar el tren que nos lleva
directamente al borde del abismo? Todos estamos convencidos que hay una inmensa
deuda social que saldar con las clases más desposeídas, pero quienes se
consideren parte consustanciada de esta clase “heredera de los desposeídos”, debe
reflexionar sobre dos importantes aspectos:
1) ¿Hasta qué punto, vivir en condición de
marginalidad o pobreza es producto de las desigualdades sociales y hasta que
punto tiene que ver con la autoestima y el deseo de procurarse un destino mejor
como parte fundamental del deseo de superación y logro?
2 ¿La solución estriba en que, para alcanzar una
sociedad sin desigualdades todos estén en la miseria y el Estado administre los
bienes y productos igualitariamente o que “todos” tengan la oportunidad de
alcanzar un nivel de vida digno en condiciones de salud y seguridad, todo mediante
trabajo y según su esfuerzo?
Es mediante un supremo deseo de salir de ésta
condición que se materializarán todos los elementos necesarios para que la
nación se enrumbe a nuevos horizontes. Nada sin esfuerzo y dedicación dará
frutos, hasta la gracia divina requiere de un grado de merecimiento.
“Cuando advierta que para producir necesita
obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el
dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que
muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo,
y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos
los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es
recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá
afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.”
Ayn
Rand.
La
rebelión de Atlas.
Sin desperdicio. Enterito y redondo.
ResponderEliminarEn este esquema de pensamiento, que está por encima de lo partidista, de lo oficialista y del oposicionismo, no cabe la tan cacareada polarización, invento de alguno de ellos (oficialistas u opositores), que solamente da frutos para sostenimiento del estatus, bien sea gobierno u oposición.
Allende esas menudencias de la posesión del poder, está lo planteado, la verdadera Patria, con personas capaces, independientes, que "echan pa' lante". Esa hay que reconstruirla, mande quien mande.