La religión y la sociedad.-
"Creo
profundamente que debemos encontrar, todos juntos, una nueva espiritualidad.
Este nuevo concepto debería elaborarse en las religiones, de tal manera que
todas las personas pudieran adherir a él. Necesitamos un nuevo concepto, una
espiritualidad laica. Deberíamos promover dicho concepto con la ayuda de los
científicos. Podría llevarnos a imaginar lo que todos estamos buscando: una
moral secular."
El Dalai-Lama,
“Violencia
y Compasión: Conversaciones con el Dalai Lama”, por
Jean-Claude Carriére.
Cuando se elige por vocación dirigir personas, la
responsabilidad por los dirigidos de inmediato comienza a ser compartida. Si
bien es cierto que en este espacio nos hemos enfocado en hacer análisis crítico
constructivo y reconstructivo de las causas de nuestra “quiebra moral” como
sociedad, especialmente dado el estrepitoso fracaso de los diferentes regímenes
que hemos experimentado desde la época de la colonia hasta la fecha; no es
menos cierto que las diferentes iglesias, al ser líderes espirituales de la
feligresía, también tienen una cuota importante de responsabilidad en lo que
hoy somos los venezolanos. Vamos a seccionar cuidadosamente el fondo de esta
introducción.
Tradicionalmente nuestra sociedad se ha declarado católica,
tanto formalmente como en la práctica[1].
Recordemos que de los firmantes en la constitución del Congreso de 1811, ocho
de los congresistas eran sacerdotes. A la fecha, según datos del INE/PNUD 2002 el
96% de la población se define católica y el resto pertenece a otras religiones
y cultos. Más allá de las estadísticas y dejando de momento a un lado la misión
promotora que recae por mandato de la Constitución sobre el Estado en cuanto a
la educación ciudadana; la responsabilidad objetiva en el fomento de la
conciencia moral recae también en los órganos religiosos. El hombre se ha
apartado progresivamente de la profesión de fe para llevar la religión a un
plano más, digamos “nominal”. Para no declararse formalmente ateo será mejor decir
“soy católico”… siendo que la condición religiosa en el sentido de pertenencia
espiritual, vague en el pozo de las insubsistencias.
Ha sido parte de la modernidad el uso y abuso de
la noción de libertad y que en su nombre se han desarrollado no pocas guerras.
Lo que cotidianamente observamos es el uso político de la noción de libertad y
asociado a su apropiación en diferentes tendencias o partidos. Sin embargo el
aspecto moral de la libertad asociado al adecuado uso y las restricciones
producto de la convivencia social se han desdibujado gracias a que éstos, han
sido atribuidos al ámbito privado y en éste entendido se ha soslayado el deber
de exigir a los miembros de determinada fe o profesión de fe, el cumplimiento
estricto de ciertas reglas. “Para ser parte de x vocación de fe, se debe
cumplir con x canon, y su omisión o cumplimiento, acarrea sanción o en su
violación expresa implica la supresión de la membresía”. Puede interpretarse
que “religión”, siendo el maná que alimenta el alma, se relaciona más con el
amor que con lo punitivo, pero cabe preguntarse ¿se ha convertido el amor dentro
de la norma religiosa en una justificación que exime de cualquier responsabilidad
por faltas? O más bien ¿puede la religión en aras del arrepentimiento, hacer
que se perdone vez tras vez las transgresiones morales? ¿Está la religión
facultada para dirigir el ámbito de la conciencia individual y para imponer
normas morales o de ciudadanía?
El primer ámbito donde el individuo modela su
conducta es a través de la familia, luego el entorno tiene un papel fundamental
en la adecuación del individuo a la sociedad. La educación está llamada a
ofrecer componentes positivos en su formación moral, social y cívica que el
individuo aprehenderá en la medida de sus posibilidades; sin embargo todos
conocemos el estado de estos tres bastiones de la moralidad. La desarticulación
familiar, la precariedad por la que atraviesa nuestra educación, la nula o
ínfima importancia que tiene en los planes del Estado el fomento de la cívica y
los valores. Ante esta situación de invalidez, la iglesia, además de ofrecer un
camino espiritual, una esperanza trascendental, tiene la responsabilidad de
orientar moralmente al individuo para su vida social. Establecer normas y
cánones mínimos que orienten al hombre en su vida terrena, que norme la
pertenencia de sus miembros y que estimule la reflexión basada en principios. Es
impostergable que las iglesias piensen en el papel rector que exige su
compromiso al declararse líderes espirituales. La enseñanza del deber ciudadano
como parte fundamental de la vida espiritual. Necesariamente debe existir
coherencia entre el hombre con contenido espiritual y el bien obrar en
sociedad, el apego a las leyes como fin en sí mismo.
El avance de la ciencia ha hecho que cada vez nos
alejemos de la idea de Dios como rector de nuestros destinos, sin embargo con
ese alejamiento causal también se ha acrecentado cada vez más la brecha en los
contingentes morales; una generación con vaciedad de espíritu y con una
superfluidad pasmosa. Un alma vacía de Dios es presa fácil de la malevolencia,
más allá del sentido metafísico de esta sentencia, en el sentido de la
neurociencia, el hombre sin contingentes morales superiores es sujeto de
sucumbir persa de sus bajas pasiones y se ve imposibilitado de la compasión.
Así vemos día a día de la manera más pasmosa como la violencia se ha
incrementado en forma tal, que los asesinatos tienen la alevosía del que
propina veinte, treinta y más tiros, siendo que con una sola bala es suficiente
para segar la vida de un mortal. Ya nada nos sorprende en materia de violencia,
lo asombroso se hace cotidiano ante la mirada atónita e impotente de un Estado
que se ahoga en el vómito de su propia incompetencia.
El mensaje pugnaz que aún subsiste en la prédica
del régimen de turno, contribuye a exasperar el lado oscuro de las multitudes y
les lleva a interpretar –liberalmente- los mensajes que profieren los líderes
políticos sumando a la violencia delincuencial. La impunidad visible y contumaz
en los corruptos de “cuello blanco” es un mensaje expedito ante quien, en su
debilidad estructural, percibe que no hay castigo a los que delinquen. El
mensaje vicario en el entorno es sumamente dañino.
Las familias están en minusvalía para enfocarse en
una educación adecuada a los tiempos, ya que es mucho el tiempo a emplear en conseguir
para comer y para los gastos inmediatos de subsistencia. Los medios, especialmente
la televisión, por ser el órgano que mayor penetración tiene en las clases
populares, se concentra en su principal objetivo: “entretener”; sin tomar en
cuenta que gran parte de la programación llega a párvulos que aún no han
desarrollado su capacidad de juicio adecuadamente y los mensajes no se disciernen,
llegan distorsionados. Así, seguramente sin proponérselo, la TV se convierte en
un aleccionador de métodos de violencia y de modos de delinquir muy efectivos.
Si bien la crítica es dura, no es nuestra
intención desmeritar el trabajo excelente y dedicado que realizan muchos padres
de la iglesia católica en Venezuela. De igual modo, es notorio el trabajo que
realiza la iglesia evangélica en el ámbito social de los más desposeídos y
también en las prisiones. Más sin embargo, hace falta más, mayor compromiso y
exigencia por parte de la feligresía en edificar un ciudadano con mayor
contenido humano. Que la labor que se realice tenga mayor espectro en lo
referente a norma. La norma es una forma de crear paradigmas y ante tal vacío
de contenido humano en nuestra sociedad, la tarea es demandante.
Nuestra sociedad está en terapia intensiva, y al
igual que un paciente en este estado, se requiere de un equipo
multidisciplinario en el que Estado, Educación, Medios de Comunicación, Familia
e Iglesia confluyan en una tarea coherente y concertada, para encontrar juntos,
vías para hacer un cambio de rumbo. Participación para hacer posible un futuro
digno para nuestras futuras generaciones, un mundo mejor.
[1]
Este aspecto data de 1514 con la primeras Misiones Carismáticas que llegaron a
Cumaná dada la estrecha vinculación Estado-Iglesia que mantenía la corona
española. Sin embargo, la primera seña firme de la influencia católica en estas
tierras la conforma la Diócesis de Coro en 1531 y que sería el inicio de una
predominante influencia en la idiosincrasia de aquellos pobladores.
Mucha tela que cortar en lo que concierne a la fe y a la religión como vehículo de esa fe.
ResponderEliminarEn un librito de Umberto Eco cuyo título creo que es "¿En qué creen los que no creen?" deja sentado el semiótico italiano (cuasi filósofo también) que la rectitud en el comportamiento, el apego a valores morales -digamos que positivos- de una sociedad, es la manera en la que un ateo puede convivir dentro de una sociedad creyente sin entrar en pugna con ella.
Suponiendo que esta vía es seleccionada por una pequeña porción de la población (generalmente culta), podríamos quedarnos con la idea de que, en efecto, la religión es un catalizador idóneo para que una sociedad funcione. Eso hay que concederlo, por muy ateo que uno sea o pretenda serlo.
Aunque lo dices tangencialmente, creo que también ha jugado un papel importante dos hechos paralelos, que datan de la época del Renacimiento: 1) la ciencia le fue ganando terreno a la fe, proporcionando beneficios a la sociedad (aunque hoy está un poco en crisis porque ha cometido fallas y ha tenido carencias -originadas por las falsas expectativas que creó- que le han hecho perder credibilidad), 2) los humanos no dimos con Dios durante la noche de mil años, y eso que estuvieron mil años buscándolo. En ese sentido, al igual que la ciencia hoy desencanta un poco, desencantó la impotente búsqueda del Ser Supremo.
Ante estos dos fenómenos, la gente hoy está volcada a terceras, cuartas, quintas, y demás vías. Religiones o credos alternos, el simple ateísmo o el agnosticismo, que declara lo inasible que es la Divinidad, y -sobre todo- el llamado "crecimiento personal", donde variopintos personajes se visten rimbombantes trajes de sabiduría y escriben libros y dan charlas pretendiendo enseñarle a la gente a vivir. La "autoayuda" es uno de estos casos.
Finalmente, lo que escribes se corresponde con los que ha dicho el nuevo Papa, que quiere hacer un esfuerzo por enviar los sacerdotes católicos a la evangelización.
Si la religión ayuda a un mejor comportamiento ciudadano (lo que quiere decir que los venezolanos somos prácticamente ateos) pues bienvenida sea. Para los que nos conformamos con el agnosticismo o algo parecido, nos bastará el compartir los valores morales que decantan de tal religiosidad y convergen en el imperativo categórico (kantiano o de los 10 mandamientos, da igual) de no hacerle a otro lo que uno no quiere que le hagan a uno, y de ver al otro como un fin en sí mismo, no como un objeto (este sí es kantiano).
Excelente artículo.
Un abrazo.
Yo no quise extenderme tanto, pero la frase "Necesariamente debe existir coherencia entre el hombre con contenido espiritual y el bien obrar en sociedad,..." me chocó un poco. Desde el punto de vista agnóstico o ateo es una frase discutible, pues hay ateos confesos (como el que mencioné en el comentario anterior) que son individuos cuyo comportamiento en sociedad es notorio y muy positivo. Claro, para el hombre común es posible que la frase tenga más sentido. Siempre es preferible la idea de que hay que portarse bien para que el de arriba no lo castigue a uno, o para simplemente darle beneplácito al Padre Eterno, que no tener absolutamente ningún motivo para portarse bien (como parece que ocurre en nuestro país actualmente).
ResponderEliminarBien oportuno tu comentario. Tocaste a un gran ausente, el gnóstico, que sin embargo no se riñe con el hombre consciente de que no es sólo carne y huesos; sino que hay una realidad superior (llamémosle razón, espíritu, alma, etc.) y que el cuerpo viene a ser un vehículo de manifestación. Y que sus pulsiones ameritan domesticación. Viene al caso la alegoría que hace Platón del carruaje el cual es tirado de caballos que se asemejan a las pasiones; el cochero es la razón... pero recordemos que Platón siempre apuntó al mundo de las ideas como "lo real", y nuestro mundo, tan solo un reflejo de cosas superiores.
ResponderEliminarOtro autor que trata con mayor profusión el tema del mundo superior es G.I. Gurdjieff, un autor ruso que pone en evidencia que, el fin último del humano es reificar el Ser, es decir perfeccionar la esencia con miras a alcanzar el verdadero Yo Soy. Vivimos en una ilusión de autodominio cuando en realidad sólo respondemos a impulsos que bien provienen de nuestros instintos o lo que es peor, de los instintos y pasiones de los demás, siendo como un rebaño que vaga sin dirección ni objetivos. En este sentido, cuando menciono al "hombre con contenido espiritual" es una referencia al hombre consciente de sus necesidades superiores; que es completamente distinto al hombre común que vive según la demanda de sus necesidades fisiológicas y que evidentemente tienden a ser mayoría en los tiempos que vivimos.
Buen y oportuno comentario, gracias.