Entre el bien y el mal.-


El descalabro de la legitimidad del régimen democrático, que se inicia en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) y se profundiza en el período Caldera II (1994-1999), justifica la perenne idea en el imaginario popular de la necesidad del “hombre fuerte” como posibilidad de redimir las instituciones y hacerlas al servicio de los pobres. Paradójicamente, el experimento revolucionario luego de catorce años de rascabucheos con regímenes islamitas pseudo-teocráticos, totalitarios, como el de Saddam y Gadafi (ambos defenestrados por su pueblo en la primavera árabe) y de última data la entrega ante el castro-comunismo que, para nuestra nación ha representado resultados catastróficos; es motivo de ésta reflexión.
A propósito de lo suscrito, Friedich Hayek[1] en su libro Camino de servidumbre[2] hace una abstracción con relación a los totalitarismos e indica que los mismos, no habrían de ser temidos si estos pudiesen ser ejercidos por -hombres buenos-. Todo indica que existen condiciones naturales que impiden que los hombres buenos tiendan a liderar regímenes de fuerza; mientras que los peores rasgos del totalitarismo parecen ser condición necesaria y que se reproducen más temprano que tarde. Para ilustrar su idea, reproduce la metáfora que cita el profesor K. Knight en 1938:
“Tienen que hacer estas cosas lo quieran o no; y la probabilidad de que quienes están en el mando sean individuos que aborrezcan la posesión y el ejercicio del poder es del mismo orden que la probabilidad de que una persona extraordinariamente bondadosa se hiciese cargo del látigo en una plantación de esclavos”
La falta de escrúpulos y la propensión al poder por el -poder en sí mismo- son características inmanentes al candidato al totalitarismo. En palabras de Hayek: “Esa es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito, en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo”. Quienes promueven los regímenes totalitarios “relativizan” la moral adosándole a un -atavismo de la oligarquía- que no sirve para nada. Por lo tanto hacen necesaria una nueva “base moral colectivista” que debería surgir de quienes se sumen a la causa revolucionaria. He aquí nuestro enorme problema, ¿Qué bases o reservas morales aporta el colectivo de la sociedad venezolana a la conformación del “hombre nuevo”? (Importante destacar que en lo sucesivo nos manejaremos con adjetivos referidos a lo que Ortega denominaba -el hombre masa-, respetando las diferencias que honrosamente perviven en nuestro querido país).
No siendo un problema nuevo sino de viejo cuño y hoy representa cardinal importancia, es necesario citar a dos importante personajes de nuestro ideario histórico, Simón Rodríguez y nuestro libertador Simón Bolívar. La coyuntura de su tiempo con ocasión de la revolución libertadora, fue motivo de reflexión en este sentido. Rodríguez sabía que la educación de las mayorías era clave para que la nación asumiera un destino con mayores posibilidades de éxito:¿A quien enseñar? -“La instrucción debe ser nacional... Respóndase si los pobres no tienen derecho a saber; si el labrador, el artesano, el tendero, han de ser bestias”. Se propicia un derecho igualitario.- El maestro Rodríguez percibía la distancia entre educación “normal” y la educación en valores e ideas: “enseñar a raciocinar… se les ha de acostumbrar a respetar la reputación y a cumplir con lo que se promete”[3].
Simón Bolívar, en su discurso ante el congreso de Angostura dijo:
“Lo diré de una vez; estábamos abstraídos, ausentes del universo, en cuanto era relativo a la ciencia del gobierno. Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber ni poder ni virtud.”
Cabe entonces preguntar: ¿Cuánto hemos avanzado en ciudadanía desde 1819 a la fecha?
Hayek nos describe al demagogo hábil, que gesta el “elemento negativo” sobre el cual a los humanos nos es más fácil ponernos de acuerdo, aquello sobre lo que depositar odios, un enemigo único elegido por el hecho de haber vivido mejor que el resto, objeto de la envidia y con supuestos endosados de que sus bienes han sido amasados de modo ilegítimo, despojando al otro. El hombre sencillo, sin mayor criterio y sin una capacidad de juzgar suficientemente madura, responde muy fácil ante estos estímulos y a la separación “ellos” y “nosotros”. Los colectivos, objeto de una educación empobrecida cuando no nula, son presa fácil de los falsos profetas que se erigen en salvadores.  
Leí en el artículo del profesor Rigoberto Lanz publicado el 20/01/2013[4] el que, en resumen señala la necesidad de un Estado laico como herencia coherente con la modernidad y su válida crítica a las extravagantes exhibiciones por parte de los funcionarios oficialistas, de religiosidad del más variopinto origen ante la enfermedad del líder convaleciente. Sin embargo, en la idea central del tema debemos detenernos en vista que, si bien es cierto que la tendencia en los países del primer mundo, ha sido una sostenida desvinculación de los estrechos nexos entre religión y Estado, que devienen de la edad media; debemos reconocer que dichos pueblos provienen de una profunda tradición religiosa de siglos, lo que arraigó valores devenidos de lo religioso y que su efecto en la vida cotidiana aun son observables a simple vista. La ética protestante es uno de los más importantes rasgos que distinguieron la Europa del siglo XVI y XVII dándole el impulso que destaca Max Weber en su análisis sociológico; por tanto, el Estado bien podía permitir que lo religioso se reservase al mundo privado.
Hoy al igual que en el siglo XVIII, las carencias en educación, valores y ciudadanía que avizoró Simón Bolívar son notables. Y como parte del legado de la era Chávez, la apertura a las puertas del mal, arroja más de ciento cincuenta mil vidas de venezolanos al costo del socialismo del siglo XXI en tan solo 14 años. Creo que al contrario de lo que indica el profesor Lanz en su artículo, es urgente, perentorio, un pacto social entre todos los credos, religiones, educadores y Estado para rescatar los valores de nuestro pueblo, “enseñar a raciocinar… se les ha de acostumbrar a respetar la reputación y a cumplir con lo que se promete”. Ética mínima de la que todos debemos hacernos responsables como única fórmula para enrumbar a este país por el camino del bien.


[1] Friedich Hayek, Filósofo y economista. Premio Nobel 1974.
[2] Hayek, F. Camino de servidumbre, Ed. Asociación Libro Libre, Costa Rica, 1989.
[3] Citas tomadas de: Simón Rodríguez – Obras Completas, Ed Universidad “Simón Rodríguez”, - Editorial Arte- Caracas 1975. (Vol. I y II)
[4] “Regreso del catolicismo reaccionario”. Columna –A tres manos- diario El Nacional.

Comentarios

  1. Tantas veces que me he preguntado por qué son los peores los que ejercen el poder, y la respuesta ya está dada hace tiempo.
    En cuanto a la educación, eso está aún pendiente. Y toda la verborrea de casi 3 lustros lo que ha hecho es agravar el estado de ignorancia en la que han sumido al que ellos llaman "pueblo". De paso, ese "pueblo" le cree a ellos y no le cree a las clases más educadas del país. Cada vez lo han hecho más ignorante, motivo por el que muchos creemos que, a pesar de las falsas apariencias veladas por cuanta misión han concebido, este ha sido el gobierno que más ha odiado al pueblo, pues el uso que le da al pueblo para cimentar su hegemónico y macabro plan totalitario solo es posible si se desprecia a tal pueblo.

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