Los siete pecados capitales.-
Hace cuarenta años, Alianza Editorial
publicó un libro de Fernando Díaz-Plaja, titulado: “El Español y los siete
pecados capitales”. Este ensayo escrito en clave de humor analiza en casi
trescientas páginas, las principales –falencias- que han caracterizado la
personalidad del español común. Esta analogía a la obra la considero pertinente,
por cuanto la personalidad del venezolano se constituye magníficamente
semejante a la descrita por Diaz-Plaja. Y es que (dentro de nuestro collage de
razas, indígena, africana y española), llevamos la genética ibérica transfundida
desde la época de la colonia a nuestra estirpe, por lo que no nos es extraño la
semblanza de éstas en nuestra sociedad. Más allá de una mera interpretación religiosa,
resulta interesante como ejercicio de reflexión sobre nuestra sociología hoy
con mayor urgencia, ante la situación de nuestra sociedad cada vez más disminuida
en sus valores y siguiendo la senda desesperanzadora que en mucho tiene que ver
con esta violenta vorágine que nos aturde ante lo obscuro del abismo y las
pocas esperanzas de una pronta salida.
La soberbia, en el sentido de tener siempre la razón, en la incapacidad de apreciar al otro como un igual, con los mismos deberes y derechos. En la bendita manía de considerar “enemigo” a quien no comulgue con nuestras ideas. En la imposibilidad de sostener un diálogo constructivo en miras a encontrar el punto de convergencia, sino vencer, ganar, abatir. En la picardía que nos impulsa al “primero yo que tú” que vemos a saciar en el tráfico cotidiano. Su contra parte, la humildad es sinónimo de pendejo, inferior, poca cosa, pobretón…
Avaricia como el deseo inconmensurable y pertinaz de sacarnos el Kino para no trabajar más. Para comprar una –camionetota- y restregársela en cara al vecino o a los compañeros de trabajo. El azar como género de la ganancia fácil, sin esfuerzo… sin importar la legitimidad de la riqueza o lucro. Esto también es en parte causa raíz de la enorme corrupción que nos ha acompañado en todas las repúblicas, cual cáncer más perverso. Su valor contrario, la honradez… es sinónimo de quedao, lento, pendejo…
La envidia, como la rabia que produce el éxito ajeno. Quien trabaja duro, progresa, se supera, genera el comentario: “¿Y… donde estará robando? ¿Será que está vendiendo droga?”. Se ha hecho inconcebible que el otro se destaque a través su constancia en el trabajo y la perseverancia en el estudio. Contra la envidia, la caridad. Pero caridad compartiendo de mis propias posesiones materiales, espirituales, culturales; no dar limosnas o regalar lo que ya no nos sirve. ¿Quién practica la caridad en este sentido sin ser considerado extraño, tonto o pendejo?
La ira traducida en el derecho de ofender, gritar, maltratar al otro en función a superioridad en fuerza bruta, numérica o de armamento. El incremento vertiginoso de la violencia a grado tal que según datos de Provea nos encontramos entre los cinco países más violentos del mundo con una tasa de 19.000 homicidios registrados para el pasado año y con características de alta agresividad, basados en la cantidad de disparos como signo de la alevosía con que se cometen los mismos. La violencia intra-familiar que cada día cobra más vidas de inocentes. Virtud contraria, la Paciencia y a quienes la poseen se les considera: lentos, quedaos, sonsos, pendejos…
La gula representada en todos los excesos en los que sumergimos nuestro estrés o nuestras penas. Hasta resultó ser algo jocoso saber que en el año 2006 Venezuela alcanzo el record como mayor consumidor de whiskey 18 años per capita del mundo. La moderación la guardamos solo para curar la resaca el día D.
Para comprobar el grado de pereza que ha filtrado incluso las instituciones, solo basta observar las novedosas políticas oficiales en materia de educación. Ante la tradicional carrera universitaria de medicina, se ofrece la alternativa de las carreras en universidades oficiales para en tan solo tres años graduar “médicos express”. Y en el campo laboral; más vivo es quien logra demostrar una temprana enfermedad profesional para lograr vivir pensionado, aún sin corresponderle por edad. La reciente reforma de la ley del trabajo en mayo 2012 disminuye los límites a las horas laborables por semana, medida que se asume en países que han alcanzado altos niveles de productividad y ameritan compensar en grado de calidad de vida a la masa laboral.
Dejando en el último lugar y no por menos importante, la lujuria y vaya que con una voluptuosa figura y un diminuto bikini se puede vender hasta el mismísimo infierno. Es el desorden familiar que impera, el cacho, la infidelidad el alarmante número de hogares monoparentales que han hecho posible esa gran masa de adolescentes en condición de delincuencia que plagan los sectores populares y también afecta a clases con mayores posibilidades económicas. Es el imperio de los sentidos por sobre la razón y sobre el estado más elevado del humano, El Espíritu. No con esto significamos renunciar al disfrute de la sensualidad y convertirnos en monjes, pero si el predominio de la razón y el buen juicio sobre las pasiones y deseos. Porque impulsados por la emoción de la rabia, la soberbia y la revancha, elegimos el gobierno que serviría en bandeja de plata al país que <<ahora es de todos>>. Que nuestra pereza ha gestado varios mesías para que nos acomoden la vida mediante la repartición de lo que nos toca por el producto petrolero, en vez de trabajar duro para construir la patria grande que Bolivar soñó.
Y es que el problema es medular y no son los chavistas o los de oposición quienes manifiestan estos síntomas, es nuestra sociedad entera que padece de los males capitales. No habrá salida milagrosa, mientras no alcancemos acuerdos consensuados de convivencia, seguiremos la ruta pavorosa de la confrontación en la que perderemos todos y seguiremos siendo alimento para buitres. Por siglos Venezuela ha sido la perla de los mares, envidia de muchos. La desunión nos hace presa fácil de aviesos titiriteros que tras bastidores manejan muy bien los hilos del poder y obtienen ventaja de nuestra desnudez política.
El consuelo y a su vez nuestra tragedia, es que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que
lo resista”. Lo que se regala a manos llenas sin que haya contención ni
regulación, va a llegar el momento que escasee. La práctica de -regar migajas- so
pretexto de “atención a los más necesitados”, es un esquema que tiene -patas
cortas-, en algún momento se acaba y colapsa el modelo… seguramente dejando una
costosa secuela que va a costar resarcir.
Es por tanto que urge un acuerdo nacional que ponga fin a este desastre y nos dediquemos de una vez y por todas a CONSTRUIR UN PAÍS. A educar, a enseñar a pescar y dejar la regaladera de pescado… de modo que retomemos el rumbo de la productividad pero con reglas claras y regidas por valores humanos no excluyentes. Si, efectivamente implica volver al capitalismo, pero no salvaje sino regulado por reglas sociales y con entidades autónomas y que prescindan de color político. Que respondan a la eficiencia y bajo régimen contralor que no esté atado a parcialidad política alguna.
¿Por donde empezamos?
Un gobierno
republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la
soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la
proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los
privilegios. Necesitamos de la igualdad, para refundir, digámoslo así, en un
todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres
públicas.
El libertador Simón Bolívar, en su discurso ante el
congreso de Angostura en 1819 marca una pauta acertada para la construcción de
una nación libre y progresista. Si realmente nos consideramos bolivarianos,
éste debe ser un punto de partida, en el cuerpo íntegro de sus ideas y no en
una superficialidad de citas aisladas y mal intencionadas analogías.
“Inventamos o erramos” diría nuestro gran maestro
Simón Rodríguez, tanto el capitalismo como el socialismo pueden servir de
fundamento para establecer una filosofía de estado coherente sin entrar en
contradicción. Por lo tanto todas las corrientes deben confluir en la
construcción de una identidad política que sea promovida en función a sus
resultados y no pretender sembrarla sin saber que va a retoñar de ahí.
Yo si creo que tenemos materia prima para construir
una nación próspera, libre y progresista. Sólo nos falta la decisión para
utilizar el ingenio y la pasión del hombre en positivo, retornar sobre nuestros
valores ciudadanos, sobre la espiritualidad como valor fundamental del hombre
superior, el trabajo y la familia como valores insustituibles en la formación
de las nuevas generaciones.
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