La virtud y las leyes.-
Preocupaba
a nuestro Libertador sobre la incipiente República, al estar -Uncido
el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio,
no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud-.
Los antiguos griegos representaban la Virtud
con una deidad llamada Areté y de la
que aún se conserva su esfinge de magna figura y belleza en la ciudad de Éfeso,
hoy Turquía. Sócrates aludía a la virtud como aquel atributo que permite al
hombre distinguir o diferenciar claramente entre el bien y el mal. Platón lo
atribuía a una cualidad del alma y que podía ser perfeccionada o revelada tal y
como un escultor devela una hermosa escultura al cincelar progresivamente la
piedra bruta, para dejar al descubierto el tesoro oculto dentro de aquel bloque
sin forma. La ausencia de la virtud la atribuye Bolívar a la falta de educación
o ignorancia. La acción de educar-se es una liberación como lo señala Heidegger,
que permite al hombre surgir de la barbarie para alcanzar su verdadera <humanidad>, la acción
civilizatoria (Bildung) es lo que
convierte al “hombre masa” en ciudadano, lo que transformará las masas (homo barbarus), en una República de
Ciudadanos. Temía también el Liberador que esta debilidad constitutiva,
propiciase la vocación por liderazgos mesiánicos y totalitarios por no tener
suficiente firmeza para asimilar y sostener la libertad.
La concepción psicológica del <hombre-masa>
en la obra de Ortega y Gasset, señala a aquellos grupos sociales cuya necesidad
de saciar sus apetitos elementales (libre expansión de deseos vitales) inhabilita
despertar estadios superiores de humanidad y optar por aquellos anhelos del
alma que apuntan como fin último, a alcanzar la virtud. Este estadio vital de
hombre masa, pasa por acomodarse al entorno. Cualquier proyecto superior queda
anulado por cuanto se sienten “como todo el mundo”… y esto lo hace vulgar… y
siendo vulgar se reafirma a sí mismo pues se asemeja a quienes les rodean. Y se
niega a alguna instancia civilizatoria, solo espera que todos los que estén a
su alrededor tengan sus mismas características. Quien no se asemeje, no es
parte de la masa y es tratado con violencia, pues la violencia es el lenguaje
de la barbarie, -la doctrina-. Pero también la violencia es el lenguaje del
Estado, hecho a imagen y semejanza de la masa: <<El estatismo es la forma superior que toman la violencia y la
acción directa constituidas en norma. A través y por medio del Estado, máquina
anónima, las masas actúan por sí mismas>>. Al fin y al cabo, el
Estado se compone de los hombres de esa sociedad.
El Estado adquiere pues, dimensiones
inimaginables y el intervencionismo del estado amenaza con la estatificación de
la vida misma, “la anulación de la
espontaneidad histórica”. Pero esto funciona para el hombre masa… cuando
siente algún apetito o desventura, sólo basta recurrir al Estado para que sin
riesgo, sin esfuerzo alguno ni lucha, la portentosa máquina le sustente a
través de la dadiva.
Y no es la ignorancia per se la que domina al hombre masa. El desarrollo científico y
tecnológico del siglo XIX demandaba hombres competentes en su ciencia; más, que
se mantenían ignorantes de la interpretación de la historia, de su propia
historia y sucumben en el intento. La alta especialización ha desarrollado
científicos hábiles para la tarea, pero ignorantes de su propia inanición humana,
un individuo sabio-ignorante.
El Estado debe dar la sensación de ser un
Estado fuerte, a tal efecto es bélico, también es ejército, por lo que la
sociedad se militariza. La inmensa burocratización empobrece a la sociedad por
lo tanto, todos dependen del Estado. Paradójico ¿no?, El Estado hecho a imagen
y semejanza del hombre-masa, termina fagocitando los espacios de libertad
incluso de la libertad individual. Razón tenía nuestro Libertador cuando intuía
interpretando a Rousseau, que la libertad
es un alimento suculento pero de difícil digestión y la única fórmula para
mantener la libertad, es a través del conocimiento y la práctica de la virtud. Alcanzar
una República de Ciudadanos sólo es posible cuando en el seno de un pueblo, brote
el germen que incline la balanza hacia el más elevado de los propósitos
humanos, alcanzar la virtud y por contagio propenda convertirse en mayoría.
Esto consecuentemente tendrá un efecto favorable para la transformación a un
Estado mínimo pues, el desarrollo de la virtud favorece el imperio de las
leyes.
Finalmente,
Ortega y Gasset decía que el hombre-masa ha de referir su vida a una instancia
superior que es conformada por “las minorías excelentes”. Por una ley más
poderosa que la misma ley física de Newton, que denominó <ley de la física social> el hombre está constitutivamente inclinado
a buscar una instancia superior. Sin embargo, éstas minorías excelentes habrían
de cultivar “la auténtica filosofía” para brindar un andamio necesario para
acoger aquellos que la providencia destine a cultivar la virtud. Remitiéndonos
nuevamente al ideal del Libertador en su discurso ante el Congreso de Angostura
de 1819:
-Dignaos, Legisladores, acoger con indulgencia
la profesión de mi conciencia política, los últimos votos de mi corazón y los
ruegos fervorosos que a nombre del pueblo me atrevo a dirigiros. Dignaos
conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo,
eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un
gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que
haga triunfar, bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad-.
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